Menú
Volcanes de Canarias

Riesgo Volcánico (artículo)

Tipo: artículo de libro
Título: Riesgo volcánico
Autor: R. Ortiz
Titulo libro: Curso Internacional de Volcanolgía y Geofísica Volcánica
Editores: M. Astiz y A. García
Editorial: Servicio de publicaciones del Exmo. Cabildo Insular de Lanzarote
Serie: Casa de Los Volcanes
Volumen: 7
Año: 2000

Descarga: archivo (0.2 Mg)

Introducción

La Volcanología es una ciencia joven que ha experimentado un considerable avance en estos últimos veinte años, existiendo buenas escuelas de volcanólogos y una amplia literatura al respecto (Araña y Ortiz, 1984; Cas y Wright, 1987; Wohletz y Heiken, 1992). Sin embargo, el estudio de la actividad volcánica en una región cambia substancialmente cuando va dirigido a la evaluación de la peligrosidad volcánica (Blong, 1984; Tilling, 1989). Debe plantearse el estudio del volcán en dos frentes: hay que conocer cuál es el estado del volcán a través de su historia eruptiva, de los magmas que intervienen, de sus ciclos de evolución magmática y de los distintos mecanismos eruptivos. Por otra parte, se deben individualizar los peligros volcánicos asociados a cada estado evolutivo, determinando su periodo de retorno y los parámetros que lo caracterizan (Araña y Ortiz, 1993). Una reciente revisión de los desastres naturales ha centrado la catástrofe volcánica en su justo término (2% en pérdidas del total de las catástrofes), lo que contribuye a desarrollar una política realista de mitigación del riesgo volcánico a largo plazo y de cobertura mundial. Hoy también se tiende a analizar el impacto del fenómeno volcánico paralelamente a los otros desastres naturales, con la finalidad de desarrollar una política de mitigación homogénea (Mc Call et al., 1993; Alexander, 1993; Kovach, 1995), a la vez que se desarrollan nuevas herramientas que facilitan la toma de decisiones en situaciones críticas (Funtowicz y Ravetz, 1995).

La existencia y dimensión del riesgo volcánico es un concepto que gradualmente se está imponiendo en todo el mundo, debido a las últimas erupciones catastróficas y su impacto, magnificado por los medios de comunicación de masas y, especialmente por la labor de concienciación y divulgación que se realiza con motivo de la Década para la Mitigación de los Desastres Naturales. Podemos decir que en estos últimos años se está impulsando una cultura para la mitigación de los desastres naturales, desarrollándose metodologías para la estimación objetiva del riesgo, teniendo presente que su análisis riguroso afecta a todos los estamentos de la estructura social y para varias categorías de elementos expuestos a riesgo.

Son numerosas las publicaciones recientes dedicadas al tratamiento unificado de los efectos negativos de los desastres naturales. En todas ellas presentan un peso importante los temas dedicados al riesgo sísmico, dado su gran impacto económico y el amplio desarrollo alcanzado por la ingeniería sísmica (Tiedemann, 1992). Un error frecuente es asociar el riesgo volcánico y el riesgo sísmico. Ambos sólo tienen en común ser los desastres naturales popularmente más espectaculares, quizá, porque pocas veces producen un impacto lo suficientemente grande para saltar a la primera página de los medios de comunicación y por ser un reflejo de la actividad interna del planeta. Una diferencia esencial entre el tratamiento del riesgo sísmico y el volcánico radica que el peligro sísmico es único (el terremoto) y casi instantáneo, mientras que la erupción volcánica puede prolongarse durante meses y los factores de peligro son múltiples: coladas lávicas, flujos y caída de piroclastos, lahares y avalanchas, gases, sismos volcánicos, tsunamis, anomalías térmicas, deformaciones del terreno, etc. En primer lugar, hay que considerar como un todo el conjunto de elementos (instituciones, medios y personas) que intervienen en caso de ocurrencia de una erupción. Es absurdo que se potencie la estructura de la Protección Civil si, simultáneamente, no se refuerza el equipo científico, y poco se conseguirá, si esto no lleva acompañado un esfuerzo educacional a todos los niveles (Araña y Ortiz, 1996).

Deja una respuesta